Que el sector de los videojuegos está en constante evolución es algo que no escapa ni a los ojos del más miope. Los ordenadores, las consolas, y desde hace unos años los teléfonos móviles (y tablets) están en un proceso de mejora constante, máxime si tenemos en cuenta la importancia de internet en el panorama moderno. Cada cierto número de años, las grandes compañías de hardware presentan nuevos diseños, posibilidades y conceptos con los que romper moldes, sorprender a las masas y, sobre todo, ingresar grandes cantidades de dinero.
Es precisamente con la llegada de los juegos online y las facilidades para crear software para dispositivos móviles que se ha descubierto a la gallina de los huevos de oro del mundillo: los jugadores ocasionales. “Perdona, creo que no te he entendido bien... has dicho casuals?” No, he dicho ocasionales.
Para hacer más fácil la definición, y olvidarnos de etiquetas facilonas, podríamos decir que son jugadores que, posiblemente, no hubieran tocado un videojuego en su vida hasta el nacimiento de iconos actuales como Farmville, Angry Birds o Candy Crush. Son los que juegan de forma despreocupada, los que no muestran la pasión y dedicación del jugador de toda la vida. Los que descargan juegos en sus terminales móviles, a menudo de forma gratuita, para disfrutar de partidas rápidas sin darle importancia a los resultados, las estadísticas o las comparaciones con los amigos. Los que llenan el vacío de largos viajes en bus o metro, o los que, sencillamente, juegan un rato como el que hace el crucigrama para no escuchar a la parienta (o “pariento“) después de cenar o cambiar el pañal al crío. De hecho, a ellos les trae sin cuidado cómo se les llame, porque no juegan para obtener ningún título en particular. Juegan para pasarlo bien y punto.
Las desarrolladoras han descubierto en este tipo de jugadores la fórmula para acercar los videojuegos a todo el mundo. Aparecen los conocidos como juegos sociales, se aprovecha el fácil manejo de los dispositivos táctiles y vuelven las fórmulas clásicas como los Tetris o Bubble Booble, con lavado de cara y en nuevos juegos, de aspecto desenfadado y con un claro mensaje de “tú también puedes jugar”. La clave del jugador ocasional es que CUALQUIERA puede serlo, ya sea joven, adulto, padre, abuela o el tío Gilito.
A ojos de algunos jugadores de toda la vida (no, no he dicho hardcore, pesados), estos novicios en el sector parecen jugadores sin consistencia. Entrometidos en un mundo de guerreros de capa y espada que llevan años batallando en los mundos del cartucho, el DVD y la descarga digital. “¿Me vas a decir tú lo que es dificultad en los juegos? ¿Tú, que no has derramado sangre, sudor y lágrimas en las mazmorras del clásico La Leyenda Fantástica del Rey Tunante y sus acólitos los Inmorales XII-RECODED PLUS?”
Todo lo contrario ocurre con los jugadores habituales. Aquellos que sentimos la necesidad de probar todo lo que parece, suena o huele a videojuego. Existen jugadores que quieren tener todos los juegos posibles de una consola, y otros que quieren tener tantas consolas, dispositivos y juegos como sea posible. De un modo u otro, esta afición ha calado tan hondo en nuestro ser que no podemos vivir sin pensar que los videojuegos deben crecer y acompañarnos a lo largo de nuestras vidas. Hemos oído incontables veces aquello de “¿no eres mayorcito para seguir jugando con maquinitas?”. ¡Al cuerno con la ignorancia! Nuestra pasión por los juegos es tan legítima como la del aficionado a la música, al buen cine, o al fútbol.
Es evidente que los videojuegos creados para sistemas cuya principal finalidad sea el entretenimiento partirán siempre con ventaja respecto a los creados para dispositivos con otras funciones tan o más importantes como ésta (sí, algunos aún tenemos presente que el teléfono sirve para llamar a las personas). Eso sin contar con los potentes ordenadores, cuyos componentes pueden ser tuneados, cambiados, mejorados y apelotonados en serie o en paralelo hasta el infinito, creando mastodontes de potencia que la NASA ya los querría para sí. Con sus infinitas capacidades, los ordenadores siempre tienen las de ganar en este terreno.
Pero no por ello los juegos de dispositivos móviles tienen que ser estrictamente fáciles, malos o feos. Algunos sí, claro, pero también los hay en todas y cada una de las consolas que se han vendido a lo largo de los últimos 30 años. Si alguno ha probado juegos como Jetpack Joyride en su móvil sabrá de lo que hablo. Concepto simple y adictivo, pero para nada fácil. “Pero no tiene historia y sus gráficos son de hace 20 años, menuda bazofia…”. Bueno, pues prueba cualquier entrega de la saga Infinity Blade, que aprovecha al máximo las posibilidades del motor Unreal Engine 3. Son un espectáculo visual, y su jugabilidad puede medirse con la de grandes juegos clásicos y modernos.
A día de hoy ya existen juegos para todos los gustos y usuarios, y eso es gracias a que ahora los videojuegos son accesibles a cualquiera que sienta curiosidad por ellos. Los que llevamos muchos años disfrutando de esta afición en ocasiones nos hemos sentido discriminados o criticados por la falta de apoyo de una sociedad que le daba la espalda a nuestro hobby. Y ahora que el mundo parece empezar a comprender, por poco que sea, nuestro buen gusto por este arte, empiezan las puñaladas entre usuarios.
¿Son necesarias etiquetas como “casual” o “hardcore” para diferenciar el uso más o menos intensivo de dicha afición? ¿Se toman la molestia de etiquetarse entre sí los aficionados a otras formas de entretenimiento? ¿Existen los “casual” de la música o los “hardcore” del parchís? ¿A caso un mismo jugador no puede jugar a juegos de distintos dispositivos, de temáticas diversas o pasar por etapas de su vida en que juegue más o menos sin necesidad de considerarse cualo o pascualo? ¿Tiene más crédito un jugador por jugar cinco partidas a un juego de temática violenta y adulta que el que juega durante años a un simulador social o para todos los públicos?
Lo cierto es que da lo mismo lo que opinemos nosotros. Por lo visto hoy en día salen sabios de debajo de todas las piedras. Hay palabras muy arraigadas al sector, habitualmente extranjerismos, que se aplican de forma errónea y a veces incluso hiriente por el mero hecho de colocar en una posición de superioridad al que las usa. Lo curioso es que suelen salir de la boca del que menos ha visto o jugado, pero que por haber probado productos de última generación se cree con la potestad de dictar sentencia y ajusticiar al resto de jugadores. A veces el problema no está en el acierto de las palabras, sino en las situaciones en que se usan, a quién van dirigidas, y sobre todo en la formas a la hora de decirlas.
Que nosotros sepamos, el juego no hace al gamer. Y sí, mi abuela, que en paz descanse, era una “hardcore” del parchís.
- Raül
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